Época: Prehistoria
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 3200 D.C.

Antecedente:
Neolítico: las primeras sociedades agrarias



Comentario

Es el segundo de los estilos o ciclos artísticos identificados en la Prehistoria española, de una gran originalidad que le hace prácticamente único en Europa, cuyo desarrollo puede situarse a comienzos del Neolítico o incluso en momentos inmediatamente anteriores.
Su denominación hace evidente referencia al territorio por el que se extiende, ya que la mayoría de los yacimientos se concentran en las provincias costeras mediterráneas, llegando hasta Cádiz, y en las inmediatamente interiores como Huesca, Lérida, Teruel, Albacete y Jaén; sin embargo, la ubicación de los lugares rupestres no se localiza en la propia costa sino en abrigos rocosos situados en las serranías interiores o prelitorales, en paisajes abruptos entre los 400 y los 1.000 m. de altitud sobre el nivel del mar.

El conocimiento de este nuevo estilo artístico se remonta a finales del pasado siglo cuando fueron descubiertas las primeras pinturas que, en un principio, pasaron casi desapercibidas. Hasta el descubrimiento por parte de Cabré, en 1903, de los ciervos pintados del abrigo de Calapatá (Teruel), no se le prestó la debida atención y tras los primeros estudios pasaron a ser interpretados como pertenecientes al ciclo rupestre del Paleolítico, recientemente reconocido en los círculos científicos de la época. Muchos han sido los autores dedicados a la búsqueda de yacimientos rupestres, a su estudio y a su valoración y por tanto es mucha la bibliografía producida sobre el tema. Incluso en la actualidad se sigue discutiendo sobre su origen y su cronología.

Al intentar describir sus principales características, parece inevitable la comparación con el Arte Paleolítico, aunque se aprecian evidentes diferencias que muestran un pensamiento y una concepción del mundo divergentes. En primer término, las representaciones levantinas se realizan siempre en abrigos a la luz del día y no en profundos lugares oscuros; se aprecian más matices y vivacidad debido al movimiento de las figuras, lo que requiere mayor quietud en el espectador, y ofrecen una cierta composición y un orden más preciso.

La técnica empleada es casi exclusivamente la pintura, aplicada con pinceles o plumas. Se conservan los perfiles de las figuras, que suelen ser monócromas, utilizándose la gama del rojo, el negro o en algunos casos, como en Albarracín, el blanco.

En cuanto a la temática, hay que resaltar que generalmente aparecen escenas y no sólo figuras aisladas, parece que se intenta plasmar un hecho determinado y que, por tanto, se presta más atención al argumento. Las principales representaciones son figuras humanas ejecutadas de una forma esquemática, poco realista, sin ofrecer detalles y siempre en movimiento. Mayoritariamente aparece el hombre en actitudes de caza o de guerra (La Gasulla, Morella, El Cingle) personificado de diferentes maneras que podrían responder a la existencia de distintos tipos físicos o simplemente a determinados convencionalismos artísticos; en ocasiones suelen portar gorros o plumas en la cabeza y adornos en la cintura, en los brazos o en las piernas. En menor proporción aparece la mujer, identificada porque suele llevar los pechos al descubierto y una especie de faldas largas desde la cintura; las actitudes que presenta son domésticas, de recolección o siega (La Araña, Pajarejo) y de danza o rituales (Cogul, Alpera), donde algunos autores las han identificado como posibles divinidades o sacerdotisas.

En segundo lugar, destacan las representaciones de animales, ejecutados de forma naturalista y en posiciones más estáticas, formando parte de las mencionadas escenas de caza. Como ha señalado el profesor Criado, la fauna representada (ciervo, cabra, toro, jabalí) coincide básicamente con la fauna cazada, lo que también indica una diferencia de concepción respecto al Arte Paleolítico, donde solía ocurrir lo contrario.

La interpretación de todo este conjunto pictórico se ha polarizado básicamente en dos ideas: bien otorgarle un carácter historicista pensando que simplemente relata hechos de la vida cotidiana que se querían recordar o bien creer que las pinturas tiene un sentido mágico o religioso. Esta última idea quedaría avalada, según el profesor Beltrán, por los lugares inaccesibles en que se ubican los abrigos, su no coincidencia con los lugares de habitación y la agrupación de pinturas en un solo covacho así como la existencia de muchos de ellos en un mismo lugar (Albarracín, el barranco de Valltorta o Alpera).

Otro de los aspectos más debatidos del Arte Levantino ha sido el de su cronología. Los primeros autores lo incluyeron en el ciclo paleolítico argumentando que los animales representados pertenecían a especies cuaternarias ya extinguidas pero, años después, estas ideas fueron rebatidas y se aceptó unánimemente que se trataba de un arte postglaciar, obra de los cazadores residuales que continuaban habitando en las serranías prelitorales.

El profesor Beltrán cree que se produjo una progresiva evolución a lo largo de distintas fases, situando el momento de origen en época todavía epipaleolítica, llegando a su máximo desarrollo y apogeo en pleno Neolítico y extendiéndose con formas más estilizadas y rígidas hasta el Calcolítico. En los últimos años se han realizado algunos descubrimientos que parecen variar un poco este esquema. En la provincia de Alicante han aparecido algunos abrigos con un nuevo tipo de representaciones denominadas macroesquemáticas, porque sus principales figuras son humanos de gran tamaño, sobre los que se superponen en algunos casos figuraciones típicas del Arte Levantino, lo que indica que este último fue claramente posterior, desarrollándose en época totalmente neolítica.